miércoles, 17 de noviembre de 2010

teatro del siglo XX: el teatro del absurdo

Teatro del siglo XX: el teatro del absurdo

La vanguardia teatral europea encontró su momento álgido a partir de los años 50 del pasado siglo. El teatro convencional y realista carecía ya de ideas nuevas y de dramaturgos creativos. La Segunda Guerra Mundial, que había dejado el triste balance de 96 millones de muertos y países enteros arrasados, había supuesto el reconocimiento de que la Humanidad había hecho importantísimos avances técnicos y científicos, pero que no había logrado solucionar los problemas que atañían a su propia naturaleza; no sólo no habían encontrado solución, sino que se habían manifestado con la mayor violencia y crudeza en las guerras. La propia lógica del sistema había hecho caer a los seres humanos en lo ilógico y lo irracional. En ese momento, la desconfianza en la razón y en la lógica social fue recogida por el llamado teatro del absurdo.

Cuaderno de trabajo de Ionesco

El primer autor de esta tendencia fue Eugène Ionesco, que en 1950 estrenó “La cantante calva”. En 1953, Samuel Beckett lleva a la escena su obra “Esperando a Godot”. Los antecedentes de esta tendencia teatral tenemos que buscarlos en Alfred Jarry, con su “Ubu Rey”. Su declaración sobre lo incomprensible parece ya una declaración de principios del teatro del absurdo:

“…relatar cosas comprensibles sólo sirve para entorpecer la mente y desviar la memoria, mientras que el absurdo ejercita el cerebro y hace trabajar la memoria”. Su influencia está detrás de movimientos como Dada y el Surrealismo, antecedentes inmediatos del absurdo.

Por otra parte, el distanciamiento predicado por Brecht y la teatralidad primitiva de Artaud preparan también este camino, que se inscribe en la línea del antiteatro del siglo XX.

El término “absurdo” fue utilizado por primera vez por Sartre para calificar la existencia humana en su análisis sobre el existencialismo; su seguidor, Albert Camus, novelista y dramaturgo, escribió un ensayo donde se trataba del absurdo y se hablaba sobre “el abismo permanente entre el yo y el mundo”. Como se puede ver, las confluencias de ideas fueron muchas y variadas para la aparición de esta tendencia teatral.

En su comienzo, el público no tuvo facilidad para aceptar algo tan diferente a lo que había sido acostumbrado; personajes, ambientes, diálogos, todo resultaba extraño y extravagante. Los propios autores se resistían a dar explicaciones acerca del sentido de sus obras. Preguntado Samuel Beckett acerca del significado de “Esperando a Godot”, respondió que , de haberlo sabido él, lo habría puesto en la obra. Lo cierto es que no pretendían estos autores que se “comprendiera” en el sentido tradicional del término, sino que su finalidad era que al público le llegara la idea de que precisamente no había que preocuparse por el sentido en un mundo sin sentido.

Muchos críticos y eruditos consideraban, por otra parte, que se trataba de un teatro intelectual, que exigía atento estudio, profundo análisis e interpretación. Las comparaciones y la búsqueda de raíces en surrealistas y dadaístas era inevitable. En el teatro no se obtenía una imitación de la vida, sino una visión imaginativa de la vida. Naturalmente, la identificación del público con los sucesos y personajes era imposible, ya que no se captaba el significado sino de modo fragmentario e intuitivo, sin concesiones a lo emotivo; se producía, por tanto, el efecto de distanciamiento que Brecht había propuesto. Sólo se reconoce la irracionalidad que puede ser también percibida en la propia vida.

En realidad, el teatro del absurdo no tenía ningún objetivo concreto. No hay personajes que sean reconocidos, no hay situaciones delimitadas y precisas. El desarrollo de estas obras está basado en la creación de una atmósfera, sólo asimilable intuitivamente. No hay suspense de los acontecimientos y a dónde conducirá la acción, pues lo único que el público puede preguntarse es qué acción impredecible puede venir después, qué acto sorprendente sigue a otro y cómo se puede relacionar cada uno con la totalidad de la obra, de modo que pueda captar al menos algo de lo que viene sucediendo.

Para los dramaturgos del teatro del absurdo el lenguaje está anquilosado y hay que destrozarlo. Desaparece la veneración por el texto y se incorporan a la acción elementos extraliterarios e incluso antiliterarios. Más que un teatro de ideas y palabras, es un teatro de imágenes. Algunos de sus elementos enlazan con las viejas tradiciones bufonescas, con la farsa clásica, sin olvidar el cine cómico de creadores como los Hermanos Marx. Se consideran muchas de sus obras cómicas, pero en el fondo de todas ellas late una gran tristeza, un sentido trágico que un público reflexivo capta de inmediato como un reconocimiento del absurdo en la vida social.



1 comentario:

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